28 marzo 2015

Montañas rusas

Aquella mañana se levantó con el pelo enredado y los pies fríos.

Se fijó en la fotografía escondida, que aún no había querido tirar, clavada en el corcho de la pared.

Se fue y jamás volverá, pensó.

Las mañanas grises ya se habían convertido en rutina, una rutina que le hacía complicado olvidarle.

Pero ella era fuerte, a pesar de que sus continuas lágrimas le impidiesen verlo.

Cada mañana se juraba que al día siguiente no pensaría en el. Que ya no recordaría la textura de sus carnosos labios ni los profundos abrazos que la habían reconfortado en los peores momentos. Pero su mente le jugaba malas pasadas.

Y es que él había sido para ella como un vértigo. De esos que te gusta sentir cada vez desde un punto más alto.

Él, era como aquellas montañas rusas donde hay puntos altos y bajos, donde no importa el dolor porque sabes que también hay adrenalina que descargar.

Y fue una de esas relaciones en las que no sabes qué pesa más si el dolor o las buenas emociones.

Aquello había sido un te odio pero me pueden tus besos, de esos que valen por toda la química de las farmacias.

Como tu atracción favorita. Que si, al principio asusta, porque tiene riesgos, pero te encanta asumir que van a verse recompensados en algún momento.

Y quizás eso era él para ella, su atracción favorita.

O quizás la única que había probado que le había hecho sentir aquello.

Le costaría olvidarlo, porque hay emociones y viajes que son para recordar.
Pero aquel no fue más que el primer billete.

19 noviembre 2014

Once

Se despierta sobrecogida. El pitido del claxon de los coches y el griterío de los vecinos de arriba la impulsan a levantarse de la cama.
El frío penetra en sus huesos y su cuerpo desnudo tirita continuamente.
Abre la pequeña puerta del armario y alcanza aquel jersey que nunca se pone, los vaqueros y las botas color canela.
Era su jersey favorito, piensa.

Camina hacia la cocina e involuntariamente prepara un café. Sólo y con mucha azúcar.

Aquella manía que tanto odiaba de él, ahora la tiene ella. Sonríe.

Sus profundas ojeras revelan el cansancio acumulado.

Llega al aseo y observa la marca en el cristal. Hacía meses que no se fijaba en ella. Aquella marca que hicieron para separar la pequeña repisa del espejo en dos mitades iguales, y que antes estaba repleta de potingues de mujer y de una colonia de hombre.

Le gustaba que le repitiera que la marca estaba ahí para algo y discutieran aunque sólo fuesen dos minutos.

Pone un poco de maquillaje sobre su pálida cara y rímel en sus negras pestañas. Recuerda como le gustaba que la mirara mientras se pintaba, y le dijera aquella tontería de: “No te pintes los labios que no te puedo besar, idiota”

Decide no hacerlo y se ve guapa, por primera vez en mucho tiempo.

Una vez más sonríe.

Coge las llaves del cajón de la mesita de la entrada, su chaqueta ajustada y el bolso de todos los días. Sale al rellano y llama al ascensor, cosa que solo él hacía a pesar de vivir en un entresuelo.

Ya en la calle, la lluvia ha cesado y el sol empieza a salir.

Saca de su bolso una pequeña agenda con flores y busca el día de hoy.

Ya sabe por qué a cada paso le vienen a la memoria sus risas y locuras, por qué todos los lugares le recuerdan a él y por qué su característico olor le persigue. 


Hoy es 11 de Diciembre.


Sonríe y una lágrima brota de sus verdes ojos.

Cree que él no se acordará del día que es y que será feliz con su nueva vida. Pero a 500km, sentado en el sillón de su oficina, él, piensa después de mucho tiempo, en la primera vez que vio aquellos ojos verdes.